El viajero hizo un ademán de irse, pero ellos le pidieron que se quedara, porque ya anochecía. Y se quedó; al partir el pan en la cena reconocieron que era Jesús el crucificado, pero este despareció.

Por Ernesto Gallo. 08 abril, 2023.

Era el atardecer del Domingo de la Pascua judía, dos hombres regresaban decepcionados a sus negocios habituales, por lo que habían vivido esos días en Jerusalén.

El Maestro los había impresionado con sus enseñanzas tan prácticas, claras para la vida diaria con mensajes de paz, de fraternidad de salvación. Ellos esperaban a un Mesías que los libraría del yugo romano pero este maestro ofrecía más: una especie de felicidad a pesar de lo que pase. Alababa la pobreza de corazón, la humildad… Esto era muy diferente a las reglas que imponían los fariseos, inventadas, basadas en las interpretaciones de los escribas.
Tenían el mérito de haber restaurado a religión judía luego del destierro, pero se ensoberbecieron y algunos opinaban que el mismo Dios debía obedecer la ley.

En cambio, nadie había hablado como el maestro, con autoridad, “pero Yo os digo”, “aquí hay Uno más que Jonás”, “Yo conozco a Abraham, “Yo y el Padre somos uno”. Eso ponía en duda la autoridad que los fariseos.

Se aliaron con los saduceos, la clase sacerdotal, menos religiosa, encargada de la economía del templo y de las relaciones con los políticos. El Maestro había colisionado con ellos al arrojar a los mercaderes del templo justo en la época de mayor actividad comercial, la Pascua; además, podía molestar a los romanos que temían otra revuelta.

La sujeción a Roma no era religiosa era política, los impuestos a pagar eran muy bajos, pero herían el orgullo nacional y obligaban a reconocer a una autoridad pagana.

Enviaron a preguntarle si se debía pagar impuestos, la respuesta era inconveniente: si decía no, estaba contra Roma; si decía sí, contra los judíos, así que dijo: “Dad al Cesar lo que es del César”, algunos interpretan que, además del respeto a la autoridad les increpaba que muchos estuvieran contentos al estar sujetos a los romanos. Decidieron que un hombre debía morir para salvar a todo el pueblo.

Regresaban estos señores desconsolados hacia Emaús, cuando se acercó un hombre para acompañarlos. Ellos le contaron que los judíos habían hecho crucificar a un Maestro bueno en obras y palabras, que prometía una liberación más importante que librarlos del yugo romano. Pero los fariseos y saduceos manipularon a las masas en contra el Maestro y lo apresaron, juzgaron sumariamente e hicieron crucificar por los romanos. Un discípulo directo lo vendió a los saduceos, el líder lo negó; y todos (menos un discípulo joven; María, su madre, y unas mujeres) lo abandonaron. “Por eso estamos tristes”, dijeron los viajeros.

El acompañante les explicó que eso debía suceder según las escrituras, ellos sintieron un gran consuelo. El viajero hizo un ademán de irse, pero ellos le pidieron que se quedara, porque ya anochecía. Y se quedó; al partir el pan en la cena reconocieron que era Jesús el crucificado, pero este despareció. “Por eso latía tan fuerte nuestro corazón”. Corrieron a Jerusalén a avisar a los discípulos, que se habían reunido con María.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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